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Poor Latin, Rich Latin
Un relato spin off
De ese curso, resultó el siguiente relato titulado Poor Latin, Rich Latin, un spin off del capítulo Poor Wigga, Rich Wigga de la serie Atlanta (2016-2022). Fue un ejercicio interesante, ya que lo escribí en muy poco tiempo, pero estaba tan enfocada que logré una narración que para mí refleja la esencia del capítulo original, pero con una vuelta de tuerca que cambia el destino del protagonista sugerido al final del episodio.
Agrego una reflexión en torno al mismo trabajo, ya que como escritora me permitió ver un poco más allá de mí misma y comprender por qué y cómo fui dando forma al relato.
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Poor Latin, Rich Latin
María regresaba de un duro día de trabajo. Las calles de su barrio la deprimían a cada paso que daba, pero en su interior guardaba la esperanza de que todo saldría bien. Ya había ahorrado lo suficiente para volver a su hogar, allá, al sur del mundo, en Chile. Solo faltaba poner en orden un par de cosas y el viaje comenzaría.
Llegó frente al edificio donde vivía. Antes de subir la escalera, cerró
los ojos y suspiró. Ese día era el día en que debía decidirse el destino de su vida
en pareja. ¿Aaron querría irse con ella? María lo insinuó un par de veces,
cuando Aaron estaba de buen humor y él apoyaba la idea… hasta que regresaban
los recuerdos de la preparatoria, cuando ese tal Lee le rompió sus sueños.
Movió la cabeza. Qué pedazo de racista ese negro de mierda. No entendía por qué
era así. “El viejo es un asustado, se convirtió en lo que juró destruir”, le
decía ella a su amado. Pero él bajaba la cabeza y lloraba. María se quedaba
ahí, en silencio. Qué distinta sería la vida si todo hubiese salido como
esperaban.
Primer escalón. Recordó años atrás, cuando llegó desde Chile a probar
fortuna en el país de las oportunidades. Cuando niña una cercana a la familia,
a la que llamaban la Tía de EEUU, le había prometido que le ayudaría a
instalarse y a encontrar un buen trabajo en el país, para así después
nacionalizarse y estudiar. Pero la vieja de mierda había echado pie atrás por
culpa de su propia abuela paterna, quien la desprestigió ante la tía. “¡Era
solo una niña y usted me cagó mis sueños!”, le reclamó la última vez que la
vio, antes de que la mujer se suicidara tomando pastillas para dormir. “Bien
merecido, por manipuladora”, comentó María cuando le avisaron de la muerte de
la que ella consideraba su ex abuela.
Segundo escalón. Su madre hizo todo lo que pudo para conseguir el dinero
suficiente para que María cumpliera sus sueños. Justo antes de viajar, recibió
la visita de la Tía de EEUU, quien venía a disculparse por su mal proceder en
el pasado. La joven, orgullosa, le agradeció el gesto a regañadientes, pero la
despidió pronto, ya que no quería saber nada más de ella y no quería perder
tiempo con gente que no valía la pena. La mujer se quedó muda y se fue sin
volver la vista atrás. María respiró tranquila. Un lastre menos.
Tercer escalón. La despedida en el aeropuerto fue el peor recuerdo que
tenía. Le costó mucho separarse de su madre y hermana, pero todo era por lograr
un mejor futuro. Todas confiaban en que así sería, aunque quizás demorara más
tiempo del que esperaban, ya que María estaría sola en otro país. Sin embargo,
ella había preparado todo con sumo cuidado y allá la esperaba una colonia de
chilenos que le consiguieron trabajo y lugar donde vivir para iniciar. La joven
se dio un plazo de cinco años para llegar a la universidad. Si en el último año
no conseguía un cupo, volvería a Chile a comenzar de cero. Y el plazo se había
cumplido.
Cuarto escalón. En el
último mes, su relación pendía de un hilo, peor que cuando comenzaron.
Recordaba cómo se habían conocido: Aaron trabajaba en una tienda de electrónica
y entre preguntas sobre la mejor tablet que podía ofrecerle y preguntas
personales, él logró romper el hielo y pedirle su número. Luego, volvieron a su
memoria las imágenes terribles del asalto que sufrió la tienda justo cuando
ella salía. Aaron se interpuso entre ella y los ladrones, quienes lo hirieron
de muerte. Ese acto fue la gota que derramó el vaso… pero de forma positiva
para el joven. Quedó con sus papeles limpios, luego de que cumpliera con
anticipo su condena de libertad vigilada, después de intentar quemar su
preparatoria. Eso al principio la asustó, pero luego de saber toda la historia
detrás, la tranquilizó y permitió que Aaron la cortejara.
Quinto escalón. No
entendía por qué tanto odio al color de piel. Ella lo había sufrido, era
latina, su piel no era tan morena, pero el solo hecho de venir de Sudamérica la
convertía automático en “gente de color”. Ella movía la cabeza fastidiada. Los
gringos y su creencia idiota en que todo lo que ellos decían era la verdad. Y
con suerte sabían donde quedaba Chile o Argentina. Otros más absurdos pensaban
que la leche con chocolate la producían las vacas de color café, eran unos
ignorantes de tomo y lomo. Eso la hizo pensar en adelantar su regreso a Chile,
veía que no valía la pena tratar de entrar en alguna universidad cara, racista
y egocéntrica. Estaba harta de la supremacía del estadounidense promedio que no
le había ganado a nadie y aún pensaba que los extraterrestres elegirían EEUU
como primer país en atacar. Mucho X-Files.
Sexto escalón. Ya había
llegado a la recepción del edificio. Saludó al conserje y fue directo al
ascensor. Se sentía triste por tener que dejar su sueño americano, pero, por
otro lado, estaba feliz de reencontrarse con sus raíces. Volver a ver a su
familia y amigos que la esperaban con los brazos abiertos era el mejor regalo.
Solo echaría de menos a la gente de la colonia chilena, a quienes consideraba
su segunda familia, pero que comprendían su desazón y apoyaron en todo para que
el viaje de regreso fuera seguro y pronto.
Ascensor. Recordó la
última conversación con Aaron sobre la vuelta a casa. Él se debatía en quedarse
en Atlanta y quizás tratar de reencontrarse con su padre, más aún porque se
sentía extraño ya libre del yugo de la ley. “Es vergüenza”, le dijo ella. “Pero
no deberías sentirla, ya pagaste tu deuda”, le consoló. Él la miró con
tristeza. No sabía qué hacer. “Amor”, continuó María, “Debes dejar atrás ese
maldito recuerdo… después de todo, la justicia divina hizo lo suyo, ¿no?”.
Aaron la miró boqueando. Días antes, la televisión local daba cuenta de la
muerte de tres hombres a manos de una pandilla de negros y latinos que los
asaltaron, cuando salían de una escuela después de una ceremonia de graduación.
Entre los muertos estaba el dueño del establecimiento educacional, Robert S.
Lee. Ella sonreía al ver la noticia, mientras abrazaba a Aaron. “Te lo dije, en
mi tierra siempre confiamos en la justicia divina”.
Pasillo. Un par de
puertas más y llegaba a su departamento. Ah, no appartment, como decía
su gringo. Ese día era la oportunidad para hablar con él y decidir qué pasaría
con su relación. Ella no quería terminar con él, había visto sus altos y bajos,
y en el último tiempo lo veía más esperanzado en lograr la vida que siempre
quiso. Aunque le daba cierto recelo porque varias veces lo pilló escondiéndose.
Incluso una vez estaba hablando con alguien en susurros, mientras estaba en el
balcón. Cuando ella le preguntó con quien hablaba, se hizo el desentendido.
María sospechaba de una infidelidad, pero no había notado nada más y la vida
continuó su rumbo como siempre.
Primera puerta. La vecina
de ese departamento era una de las chilenas de la colonia que la había ayudado,
siempre estuvo ahí, lista ante cualquier problema y gracias a ella, María logró
agarrar confianza en su vida en EEUU. La echaría mucho de menos, pero ya podrían
conversar por videollamada vía WhatsApp. “¡Aún tenemos patria, ciudadanos!”, le
dijo ella, riendo, al tiempo que imitaba al guerrillero chileno Manuel
Rodríguez, uno de los próceres de la patria que ella admiraba, en especial por su
resiliencia y ñeque a la hora de enfrentar su destino como parte de los
revolucionarios de la Independencia de Chile. “Ojalá Aaron comprendiera que se
puede iniciar de nuevo, cuesta, pero se puede lograr”, pensaba.
Segunda puerta. Se detuvo.
Mañana, pasara lo que pasara hoy, compraría su pasaje a Chile. Ya había dejado
instrucciones para que lo que no pudiera vender, se lo dejaría a sus amigos
chilenos y que ellos se encargaran, luego le enviarían el dinero. Inspiró
profundo. En su mente rondaban ideas cada vez más oscuras. ¿Y si él terminaba
con ella? ¿Y si ella terminaba con él? Se ahorrarían muchos sufrimientos,
aunque el golpe sería duro. ¿Y si se quedaba con Aaron e intentaran arreglar
todo? Quizás podrían pedirles ayuda a sus amigos y trasladarse a otra ciudad,
para María, Atlanta era la fuente de la desdicha de Aaron y sacarlo de ella era
su prioridad… pero si él no quería hacerlo, no podría obligarlo. “Libre
albedrío”, le habían dicho todos. Y ella respetaba eso. Pero ya no quería estar
ni en Atlanta, ni en ninguna otra ciudad de EEUU. Quería volver a casa, a sus
raíces, a su tierra. La llamada era poderosa y ella respondería a ella.
Tercera puerta… su
puerta. Le dolía el alma. Era ahora o nunca. La decisión final, el inicio de
una nueva aventura y no podía, no quería arrepentirse. Las cartas estaban
echadas y una vez que ella hiciera su jugada, esperaba que Aaron hiciera la
suya y al fin ser libres de toda esa incertidumbre. Sacó las llaves y metió la
que correspondía en la cerradura, mientras en su cabeza rumiaba una plegaria.
Click. Empujó la puerta. Chirrido. Aaron estaba ahí, frente a la puerta, con
varias maletas rodeándolo. Ella lo miró desolada. Murmuró algunas palabras,
pero la pena le hizo un nudo en la garganta. Bajó la cabeza, derrotada. Pasaron
unos segundos de silencio absoluto. Y él habló.
–Tengo listo el equipaje.
¿Cuándo nos vamos?
María levantó la cabeza
al instante. No salía de su asombro. Aaron se acercó, la abrazó y le dio un
beso cargado de amor. Se miraron a los ojos.
–¿Ahora sí me
enseñarás a hablar en buen chileno? –dijo él, con su acento gringo. Ella sonrió.
Todo estaría bien.
Reflexión
Aunque quizás no es tan
patente la narrativa de la reparación, ya que el caos no es tan fuerte en la
historia propuesta, la idea era regresarle la esperanza al personaje de Aaron, protagonista de Rich Wigga, Poor Wigga, ya que la injusticia que sufrió es un tema
recurrente en la vida de la mayoría de las personas, quienes ven como sus
sueños nunca se cumplen o son pisoteados por otros con poder, especialmente del
dinero.
La resiliencia típica de
la que hacemos cierto alarde los chilenos, en especial cuando pasamos por algún
desastre natural como los terremotos, inspiraron el personaje de María, quien toma
decisiones bien pensadas, aún cuando estas le lleven a perder todo. Su propio
camino del héroe arrastra a Aaron a cambiar el rumbo de su vida. Se infiere que
él tomó el ejemplo de María, esa latina tan pisoteada como cualquier persona de
color en EEUU, esa latina que se echa a la espalda los problemas y sigue
adelante, después de todo, hay una familia y amigos que la ayudan como pueden.
Y siempre tiene una última esperanza: el volver a su tierra, a sus raíces. Algo
que Aaron negaba en su propia historia y que logra cambiar cuando está con
María.
El giro en la historia de
injusticia es el centro de la narrativa de la reparación en la vida de Aaron de
manos de María, el giro de esperanza de que todo se puede, lo importante es no
bajar los brazos y continuar, contra viento y marea. Es buscar un final feliz,
a pesar de todo el ambiente represivo y oscuro de Atlanta, jugársela por partir
de cero y tomar las mejores decisiones el pro de nuevos sueños de los que María
da el primer paso. Esa es la razón del título de la historia, Poor Latin,
Rich Latin, ya que el nuevo rumbo que toma la joven latina cambiará su
vida, más aún porque reconoce su mayor riqueza: el amor de Aaron, algo que el
joven había olvidado por los malos acontecimientos de su vida anterior.
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