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01-04-2025 / Yamila Escritora Voz

Poor Latin, Rich Latin

Un relato spin off

Durante noviembre asistí a un curso llamado Ficciones televisivas y narrativas contemporáneas: construir historias significativas más allá del “storyselling” de la Facultad de Humanidades Universidad de Santiago de Chile (Usach). Fue una agradable sorpresa, en especial por el gran conocimiento del profesor Simón Pérez.

De ese curso, resultó el siguiente relato titulado Poor Latin, Rich Latin, un spin off del capítulo Poor Wigga, Rich Wigga de la serie Atlanta (2016-2022). Fue un ejercicio interesante, ya que lo escribí en muy poco tiempo, pero estaba tan enfocada que logré una narración que para mí refleja la esencia del capítulo original, pero con una vuelta de tuerca que cambia el destino del protagonista sugerido al final del episodio.

Agrego una reflexión en torno al mismo trabajo, ya que como escritora me permitió ver un poco más allá de mí misma y comprender por qué y cómo fui dando forma al relato.

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Poor Latin, Rich Latin

María regresaba de un duro día de trabajo. Las calles de su barrio la deprimían a cada paso que daba, pero en su interior guardaba la esperanza de que todo saldría bien. Ya había ahorrado lo suficiente para volver a su hogar, allá, al sur del mundo, en Chile. Solo faltaba poner en orden un par de cosas y el viaje comenzaría.

Llegó frente al edificio donde vivía. Antes de subir la escalera, cerró los ojos y suspiró. Ese día era el día en que debía decidirse el destino de su vida en pareja. ¿Aaron querría irse con ella? María lo insinuó un par de veces, cuando Aaron estaba de buen humor y él apoyaba la idea… hasta que regresaban los recuerdos de la preparatoria, cuando ese tal Lee le rompió sus sueños. Movió la cabeza. Qué pedazo de racista ese negro de mierda. No entendía por qué era así. “El viejo es un asustado, se convirtió en lo que juró destruir”, le decía ella a su amado. Pero él bajaba la cabeza y lloraba. María se quedaba ahí, en silencio. Qué distinta sería la vida si todo hubiese salido como esperaban.

Primer escalón. Recordó años atrás, cuando llegó desde Chile a probar fortuna en el país de las oportunidades. Cuando niña una cercana a la familia, a la que llamaban la Tía de EEUU, le había prometido que le ayudaría a instalarse y a encontrar un buen trabajo en el país, para así después nacionalizarse y estudiar. Pero la vieja de mierda había echado pie atrás por culpa de su propia abuela paterna, quien la desprestigió ante la tía. “¡Era solo una niña y usted me cagó mis sueños!”, le reclamó la última vez que la vio, antes de que la mujer se suicidara tomando pastillas para dormir. “Bien merecido, por manipuladora”, comentó María cuando le avisaron de la muerte de la que ella consideraba su ex abuela.

Segundo escalón. Su madre hizo todo lo que pudo para conseguir el dinero suficiente para que María cumpliera sus sueños. Justo antes de viajar, recibió la visita de la Tía de EEUU, quien venía a disculparse por su mal proceder en el pasado. La joven, orgullosa, le agradeció el gesto a regañadientes, pero la despidió pronto, ya que no quería saber nada más de ella y no quería perder tiempo con gente que no valía la pena. La mujer se quedó muda y se fue sin volver la vista atrás. María respiró tranquila. Un lastre menos.

Tercer escalón. La despedida en el aeropuerto fue el peor recuerdo que tenía. Le costó mucho separarse de su madre y hermana, pero todo era por lograr un mejor futuro. Todas confiaban en que así sería, aunque quizás demorara más tiempo del que esperaban, ya que María estaría sola en otro país. Sin embargo, ella había preparado todo con sumo cuidado y allá la esperaba una colonia de chilenos que le consiguieron trabajo y lugar donde vivir para iniciar. La joven se dio un plazo de cinco años para llegar a la universidad. Si en el último año no conseguía un cupo, volvería a Chile a comenzar de cero. Y el plazo se había cumplido.

Cuarto escalón. En el último mes, su relación pendía de un hilo, peor que cuando comenzaron. Recordaba cómo se habían conocido: Aaron trabajaba en una tienda de electrónica y entre preguntas sobre la mejor tablet que podía ofrecerle y preguntas personales, él logró romper el hielo y pedirle su número. Luego, volvieron a su memoria las imágenes terribles del asalto que sufrió la tienda justo cuando ella salía. Aaron se interpuso entre ella y los ladrones, quienes lo hirieron de muerte. Ese acto fue la gota que derramó el vaso… pero de forma positiva para el joven. Quedó con sus papeles limpios, luego de que cumpliera con anticipo su condena de libertad vigilada, después de intentar quemar su preparatoria. Eso al principio la asustó, pero luego de saber toda la historia detrás, la tranquilizó y permitió que Aaron la cortejara.

Quinto escalón. No entendía por qué tanto odio al color de piel. Ella lo había sufrido, era latina, su piel no era tan morena, pero el solo hecho de venir de Sudamérica la convertía automático en “gente de color”. Ella movía la cabeza fastidiada. Los gringos y su creencia idiota en que todo lo que ellos decían era la verdad. Y con suerte sabían donde quedaba Chile o Argentina. Otros más absurdos pensaban que la leche con chocolate la producían las vacas de color café, eran unos ignorantes de tomo y lomo. Eso la hizo pensar en adelantar su regreso a Chile, veía que no valía la pena tratar de entrar en alguna universidad cara, racista y egocéntrica. Estaba harta de la supremacía del estadounidense promedio que no le había ganado a nadie y aún pensaba que los extraterrestres elegirían EEUU como primer país en atacar. Mucho X-Files.

Sexto escalón. Ya había llegado a la recepción del edificio. Saludó al conserje y fue directo al ascensor. Se sentía triste por tener que dejar su sueño americano, pero, por otro lado, estaba feliz de reencontrarse con sus raíces. Volver a ver a su familia y amigos que la esperaban con los brazos abiertos era el mejor regalo. Solo echaría de menos a la gente de la colonia chilena, a quienes consideraba su segunda familia, pero que comprendían su desazón y apoyaron en todo para que el viaje de regreso fuera seguro y pronto.

Ascensor. Recordó la última conversación con Aaron sobre la vuelta a casa. Él se debatía en quedarse en Atlanta y quizás tratar de reencontrarse con su padre, más aún porque se sentía extraño ya libre del yugo de la ley. “Es vergüenza”, le dijo ella. “Pero no deberías sentirla, ya pagaste tu deuda”, le consoló. Él la miró con tristeza. No sabía qué hacer. “Amor”, continuó María, “Debes dejar atrás ese maldito recuerdo… después de todo, la justicia divina hizo lo suyo, ¿no?”. Aaron la miró boqueando. Días antes, la televisión local daba cuenta de la muerte de tres hombres a manos de una pandilla de negros y latinos que los asaltaron, cuando salían de una escuela después de una ceremonia de graduación. Entre los muertos estaba el dueño del establecimiento educacional, Robert S. Lee. Ella sonreía al ver la noticia, mientras abrazaba a Aaron. “Te lo dije, en mi tierra siempre confiamos en la justicia divina”.

Pasillo. Un par de puertas más y llegaba a su departamento. Ah, no appartment, como decía su gringo. Ese día era la oportunidad para hablar con él y decidir qué pasaría con su relación. Ella no quería terminar con él, había visto sus altos y bajos, y en el último tiempo lo veía más esperanzado en lograr la vida que siempre quiso. Aunque le daba cierto recelo porque varias veces lo pilló escondiéndose. Incluso una vez estaba hablando con alguien en susurros, mientras estaba en el balcón. Cuando ella le preguntó con quien hablaba, se hizo el desentendido. María sospechaba de una infidelidad, pero no había notado nada más y la vida continuó su rumbo como siempre.

Primera puerta. La vecina de ese departamento era una de las chilenas de la colonia que la había ayudado, siempre estuvo ahí, lista ante cualquier problema y gracias a ella, María logró agarrar confianza en su vida en EEUU. La echaría mucho de menos, pero ya podrían conversar por videollamada vía WhatsApp. “¡Aún tenemos patria, ciudadanos!”, le dijo ella, riendo, al tiempo que imitaba al guerrillero chileno Manuel Rodríguez, uno de los próceres de la patria que ella admiraba, en especial por su resiliencia y ñeque a la hora de enfrentar su destino como parte de los revolucionarios de la Independencia de Chile. “Ojalá Aaron comprendiera que se puede iniciar de nuevo, cuesta, pero se puede lograr”, pensaba.

Segunda puerta. Se detuvo. Mañana, pasara lo que pasara hoy, compraría su pasaje a Chile. Ya había dejado instrucciones para que lo que no pudiera vender, se lo dejaría a sus amigos chilenos y que ellos se encargaran, luego le enviarían el dinero. Inspiró profundo. En su mente rondaban ideas cada vez más oscuras. ¿Y si él terminaba con ella? ¿Y si ella terminaba con él? Se ahorrarían muchos sufrimientos, aunque el golpe sería duro. ¿Y si se quedaba con Aaron e intentaran arreglar todo? Quizás podrían pedirles ayuda a sus amigos y trasladarse a otra ciudad, para María, Atlanta era la fuente de la desdicha de Aaron y sacarlo de ella era su prioridad… pero si él no quería hacerlo, no podría obligarlo. “Libre albedrío”, le habían dicho todos. Y ella respetaba eso. Pero ya no quería estar ni en Atlanta, ni en ninguna otra ciudad de EEUU. Quería volver a casa, a sus raíces, a su tierra. La llamada era poderosa y ella respondería a ella.

Tercera puerta… su puerta. Le dolía el alma. Era ahora o nunca. La decisión final, el inicio de una nueva aventura y no podía, no quería arrepentirse. Las cartas estaban echadas y una vez que ella hiciera su jugada, esperaba que Aaron hiciera la suya y al fin ser libres de toda esa incertidumbre. Sacó las llaves y metió la que correspondía en la cerradura, mientras en su cabeza rumiaba una plegaria. Click. Empujó la puerta. Chirrido. Aaron estaba ahí, frente a la puerta, con varias maletas rodeándolo. Ella lo miró desolada. Murmuró algunas palabras, pero la pena le hizo un nudo en la garganta. Bajó la cabeza, derrotada. Pasaron unos segundos de silencio absoluto. Y él habló.
–Tengo listo el equipaje. ¿Cuándo nos vamos?
María levantó la cabeza al instante. No salía de su asombro. Aaron se acercó, la abrazó y le dio un beso cargado de amor. Se miraron a los ojos.
–¿Ahora sí me enseñarás a hablar en buen chileno? –dijo él, con su acento gringo. Ella sonrió. Todo estaría bien.

Reflexión

Aunque quizás no es tan patente la narrativa de la reparación, ya que el caos no es tan fuerte en la historia propuesta, la idea era regresarle la esperanza al personaje de Aaron, protagonista de Rich Wigga, Poor Wigga, ya que la injusticia que sufrió es un tema recurrente en la vida de la mayoría de las personas, quienes ven como sus sueños nunca se cumplen o son pisoteados por otros con poder, especialmente del dinero.

La resiliencia típica de la que hacemos cierto alarde los chilenos, en especial cuando pasamos por algún desastre natural como los terremotos, inspiraron el personaje de María, quien toma decisiones bien pensadas, aún cuando estas le lleven a perder todo. Su propio camino del héroe arrastra a Aaron a cambiar el rumbo de su vida. Se infiere que él tomó el ejemplo de María, esa latina tan pisoteada como cualquier persona de color en EEUU, esa latina que se echa a la espalda los problemas y sigue adelante, después de todo, hay una familia y amigos que la ayudan como pueden. Y siempre tiene una última esperanza: el volver a su tierra, a sus raíces. Algo que Aaron negaba en su propia historia y que logra cambiar cuando está con María.

El giro en la historia de injusticia es el centro de la narrativa de la reparación en la vida de Aaron de manos de María, el giro de esperanza de que todo se puede, lo importante es no bajar los brazos y continuar, contra viento y marea. Es buscar un final feliz, a pesar de todo el ambiente represivo y oscuro de Atlanta, jugársela por partir de cero y tomar las mejores decisiones el pro de nuevos sueños de los que María da el primer paso. Esa es la razón del título de la historia, Poor Latin, Rich Latin, ya que el nuevo rumbo que toma la joven latina cambiará su vida, más aún porque reconoce su mayor riqueza: el amor de Aaron, algo que el joven había olvidado por los malos acontecimientos de su vida anterior.

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